miércoles, 3 de octubre de 2012

URBINA

Fallece a los 86 años Inocencio Urbina, el pintor de la naturaleza asturiana

El funeral se celebrará hoy en la iglesia de San Juan de Mieres

 03:35   
Inocencio Urbina, junto a una de sus obras.
Inocencio Urbina, junto a una de sus obras. 
JOSÉ A. SAMANIEGO Llegó a las cinco de la tarde de ayer la noticia de la muerte de Inocencio Urbina Villanueva (Arroxo, Mieres, 1926), acaecida en el Hospital de Murias. Como diría José Hierro, si recordamos su célebre «Réquiem», «se dirá una misa por su alma» en San Juan de Mieres, también hoy a las cinco de la tarde. Si fuera en San Pedro lo acompañarían sus pinturas, un «Bautismo de Cristo» y un «Martirio de San Melchor de Quirós».

Urbina es un pintor ligado desde su juventud a LA NUEVA ESPAÑA, pues consiguió exponer por vez primera con el apoyo de Luis Fernández Cabeza, propietario de la librería «Cultura», editor de «Comarca» y corresponsal de éste periódico en Mieres. Hablamos de la primera muestra titulada «Hijos de Mieres», en 1948.

Ha recibido Urbina a lo largo de su vida numerosos premios en el ambiente de su tierra. Magín Berenguer le dedicó una conferencia en Mieres (1981) y Jesús Villa Pastur le escribió un «Ensayo crítico biográfico», publicado en Mieres (1982). Penalidades y dolencias ha pasado en su vida que no es momento de recordar ahora.

En Gijón expuso en la Sala de Arte Pablo's desde el 2004 al 2008. Tras esta última muestra de 40 óleos, dejó de pintar, aquejado de párkinson. Conservaba, sin embargo, la cabeza muy lúcida, pero la mano ya no le seguía. Y esta última obra de Inocencio Urbina es más suelta y rápida, de luces y celajes interpretados al primer toque con singular maestría. Nevadas, aguaceros, varas de hierba, caseríos humildes en plena naturaleza. Contraluces tras los árboles, rocas verde-moradas en marinas de luz clara, sentimientos a flor de piel, nostalgia de la tierra, canto a la juventud y a la vida que se escurre cada día entre los dedos. Tormentas del alma, poesía del universo que el pintor nos fue dejando.

Era muy aficionado al fútbol, forofo del Sporting como tantos habitantes de las cuencas mineras, y realizó muchos dibujos acerca de este deporte. Su fútbol era popular y minero, casi expresionista.

Se defendió muy bien este anciano pintor, que pintaba para vivir. La pintura alimentaba materialmente su existencia, lo mantenía vivo frente a los achaques de la edad. Hasta que ya no pudo más, ni siquiera pintar sosteniendo una mano con otra para aplicar la pincelada.

Fue Urbina un gran paisajista. Se iba por los caminos de su tierra asturiana recordando rincones queridos, experiencias o sensaciones y pintando con tonos de atardecer ambientes de calma suprema. Haciendo coro con los azules y verdes de luz escasa, respiramos el color malva que todo lo va envolviendo. Le gustaba también a Urbina el paisaje de Castilla, y más en concreto la cara sur de la Cordillera y el valle del Esla, tierra leonesa que mantiene entrañables vínculos con los asturianos. A veces se aclara la paleta y surgen luces entre las nubes blancas, a las que responde en el suelo una mancha de luz que se proyecta desde lo alto. En ocasiones se activa su memoria ante viejas imágenes de mineros arrastrando vagonetas o lugares con restos de algún lavadero de carbón.

Y es que Urbina de Mieres se ha convertido en un testigo de nuestra historia. En sus lienzos han quedado los rostros, los vestidos y la ilusión en la mirada de varias generaciones de asturianos, el perfil antiguo de las aldeas, los enseres y herramientas de uso cotidiano, las luces en caminos de caleya, la implantación de la mina con sus tinglados y lavaderos, el aire de la tierra. Personas como él son necesarias porque necesitamos ciertos anclajes de referencia.

Cuando le preguntaban a Inocencio Urbina quiénes eran los referentes de su pintura, de quién se consideraba discípulo o seguidor, contestaba gallardo que su pintura era «urbinita», influida todo lo más por el paisaje del realismo posimpresionista. Lo suyo eran los colores asturianos, algo que le emocionaba, porque a través de los verdes, azules, grises y marrones sentía la vinculación con su tierra natal. De modo que no intentaba «copiar la Naturaleza», sino sentirla e interpretarla a su modo.

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